

Hace años, quien fuera seleccionador, Eduardo No, preguntó al entrenador australiano Sutton por algún consejo, por su parecer. La idea, según mi pobre memoria, era que si quieres andar como los demás, tienes que entrenar como los demás; si quieres andar más que los demás, tendrás que hacer algo diferente a lo que hacen los demás, hacerlo mejor. Yo interpreto que se refería a que hay que innovar, no encasillarse y que no por que lo haga todo el mundo quiere decir que esté bien hecho o que no se pueda hacer algo nuevo o hacerlo mejor.
Yo en este punto paso a la cuestión del límite. Me refiero al límite en el entrenamiento. Vamos a pasar un poco por encima el principio de adaptación biológica en que se basa el entrenamiento (estímulo sobrepasa “límite”, que marca a qué se está ya adaptado, produciendo adaptaciones para poder hacer frente a ese estímulo en el futuro, “salvaguardando” el organismo). Para mí está más o menos claro que hay dos límites que me interesan: el límite que produce adaptaciones y el límite por encima del cual el cuerpo se “desadapta” (sobreentrena). Permitidme esta terminología casera y me explico: en términos metabólicos, el primero “construye” y el segundo, si es excesivo o se sobrepasa a menudo, “destruye”. En alto rendimiento nos suele interesar sólo el segundo, para acercarnos por debajo. Curiosamente el primero no nos suele interesar, habría que acordarse de él más a menudo para no hacer a veces “basura” por debajo.

Yo he leído “algo” de fisiología del esfuerzo y he estudiado “bastante” de bioquímica y fisiología humana (aunque sólo sea porque ninguna la aprobé a la primera y me tocó “re-estudiarlas”). Para mí, más que zonas de entrenamiento (AER, AEL, AEM, AEI, PAE, PLA, CLA, CALA, PALA), están las rutas metabólicas, los sustratos y las enzimas de dichas rutas, funcionando todas a la vez, interactuando y manejándose de distinta forma en el tiempo. Desde luego el uso de esas zonas de entrenamiento es una forma práctica y útil de sistematizar el trabajo y no olvidar nada.
Da la sensación de que el entrenamiento en natación está mucho más “avanzado” que en atletismo, pero éste posee una efectividad empírica heredada que funciona; de todas formas los deportistas “son buenos a pesar de los entrenadores”. Pero me parece que nos olvidamos a menudo de la fisiología general, de la cinética enzimática (nadie piensa en los mecanismos de activación enzimática calentando, pero un buen calentamiento sigue esa dinámica –ya sé que no depende sólo de eso, eh-), de la bioquímica y de dónde y cómo se realizan todos estos procesos metabólicos.


¿Que he si he intentado ahora encajar las piezas del puzzle? Las piezas: Anormalidad, innovación, límites reales y límites convencionales, fisiología/lógica. Bueno, es que estas piezas no forman un puzzle porque ni siquiera encajan entre sí. Creo que deberían estar dentro de otro puzzle mayor que es el entrenamiento, cubriendo esos huecos que impiden dejar el puzzle perfecto, sin carencias.
A día de hoy no creo que pudiera entrenar a nadie como es debido. Ser entrenador me parece un cargo de responsabilidad. No porque la vida de nadie esté en juego o porque el futuro de alguien peligre al apartarlo de los estudios. Lo es porque está en juego la ilusión del deportista, que lo vuelca todo en su entrenamiento. Actualmente no, pero en el pasado me he labrado un historial de falta de adhesión (que siempre reconocí) al programa de entrenamiento, pero también he de decir que el interés del entrenador de turno no estaba a la altura de mi motivación y mi ilusión (también he de decir que cuando mi interés era correspondido mi adhesión era total). Esa dinámica mutua hacía crecer la desconfianza y la decepción, supongo que ambas reciprocas.
En el futuro me gustaría poder entrenar a gente y me gustaría estar a la altura de esa ilusión. Y, con todos los conocimientos disponibles para el entrenamiento, no me gustaría dejar ninguna de esas piezas de lado a la hora de enfrentarme a ese puzzle. Entrenar es principalmente artesanía, pero para hacerlo bien tiene que haber algo de arte. Seguir un camino propio (no necesariamente normal, no necesariamente anormal: el más útil para cada situación), sin importar si parece extravagante y sin miedo a hacer cosas nuevas, con un tratamiento natural de los límites y más de la mano de la fisiología y de la lógica (pura, no convencional) que de la herencia, con sinceridad, flexibilidad, trabajo y observación dignas de la ilusión de “flipao” del triatleta.